El proyecto parte de un acuerdo entre cuatro familias que deciden comprar una parcela de grandes dimensiones en la localidad de Matalpino (Sierra de Guadarrama). En ese momento el equipo de arquitectura inicia un estudio de la parcela y sus potencialidades con el objetivo de organizar una disposición de las cuatro viviendas que favorezca tanto una buena convivencia como la privacidad. Una serie de reuniones con las familias sobre el terreno y un proceso de diseño colaborativo con maquetas hechas de piezas móviles permiten llegar a una propuesta que responde a las diferentes necesidades y deseos del grupo para componerlos en armonía con las características naturales del terreno. La formación de varias terrazas en la parcela favorece que haya una división natural asociada a cada vivienda sin necesidad de levantar vallados de separación.
El proyecto se piensa como una composición de cuatro piezas en diálogo mutuo donde cada vivienda va buscando una singularidad propia y unas vistas a diferentes zonas de la gran parcela. Dentro de su terreno, cada casa se despliega adoptando una forma de estrella que le permite captar al máximo las bondades del medio y del clima. Mediante quiebros, las viviendas van buscando dialogar con los cedros y robles que puntúan la parcela pero también buscan integrar en los interiores las vistas de las montañas circundantes. La forma de los volúmenes responde a obtener el mejor soleamiento de modo que la vivienda funciona como un artefacto bioclimático que interacciona con su entorno como lo hacen los seres vivos. Las fachadas a sur de cada vivienda acogen pequeñas estufas de aclimatación que captan el sol en invierno para volcarlo a los interiores. Estas estufas se usan como pequeños jardines-invernaderos en torno a los que se organiza el espacio común. Las cubiertas se inclinan igualmente a sur para situar paneles solares a la vez que funcionan como terrazas suspendidas entre los árboles.
La vivienda en madera que aquí presentamos es un ejemplo de las adaptaciones que acabamos de describir. Puede observarse cómo el volumen se ha elevado del terreno dejando su pendiente natural. Puede decirse que la casa no deja huella sobre el terreno; la sensación es la de no haber perdido superficie al introducir la casa. El volumen elevado apoya en el terreno en un solo lugar, un muro de piedra que actúa como contención de tierras y a su vez facilita el entronque con el suelo de todas las instalaciones de agua y electricidad. La tierra contenida permite dar forma a una terraza en la parte más elevada que funciona como espacio de expansión de la cocina, un comedor al aire libre en torno a un precioso nogal que hace que la casa se pliegue, incluyéndolo como parte fundamental en la composición arquitectónica.
La edificación se va fragmentando en volúmenes más pequeños que ocupan los vacíos que dejan los troncos, de este modo cada habitación va adquiriendo una singularidad propia al orientarse hacia lugares diferentes del jardín. La vivienda puede leerse como una suma de piezas singulares, o de pequeñas cabañas, que se organizan en torno a un espacio común de relación. Cada una de estas cabañas se abre al exterior con ventanas singulares que les otorgan un carácter único: un ojo de buey y un ventanal para ver las estrellas en la habitación de las niñas, o una ventana volada sobre el jardín en el otro dormitorio para sentarse a ver caer la lluvia. Estas habitaciones-cabaña se organizan en torno al espacio común que recorre la casa. Dicho espacio común se organiza en recorridos circulares entre las distintas partes de la casa de modo que o bien se pasa por un hall que contiene el almacenaje, o se atraviesa por el área húmeda de los baños, que están pensados como un paisaje color amarillo, un espacio flexible que puede ser atravesado por la parte más privada de la vivienda.
La zona común es una gran nave con cubierta inclinada que se despliega articulando entre sí la secuencia de funciones necesarias para la vida: almacenaje, cocina, zona húmeda, escalera y librerías, casi artefactos técnicos, que facilitan el funcionamiento óptimo de la vivienda. La primera de esas piezas es un pequeño hall-cortavientos donde descalzarse, le sigue la pieza de aseos y almacenaje, y por último está el salón-cocina; al fondo se descubre una estufa de aclimatación, el corazón de la casa. Sobre esta sala pivotan todas las vistas del resto de habitáculos.
Una segunda planta, concebida a modo de buhardilla se abre sobre el espacio común, ofreciendo una zona multiusos donde jugar, hacer música o armar un dormitorio de invitados. Esta pieza se concibe de nuevo como una cabaña dentro del volumen general. Dentro de ella, la situación estratégica de un ventanal a modo de gran ojo, permite coronar todo el recorrido ascendente con una apertura al macizo de la Maliciosa.
La inclinación de la cubierta favorece al interior de la vivienda la sensación de continuidad de todo este espacio común y a su vez facilita que, al exterior, tome forma una última zona común: un salón al aire libre suspendido entre los árboles, un solárium de madera pensado para reposar el cuerpo y observar el bosque sobre las copas. Dicha cubierta funciona como una quinta fachada envolviendo toda la casa en un mismo material noble, los listones de madera de castaño forman una cubierta transitable, un material amable para el cuerpo en donde no hace falta mobiliario ya que la inclinación misma permite el acomodo de los cuerpos.
El diseño del conjunto ha dado como resultado una vivienda enormemente adaptada a su entorno, que libera el suelo y genera bajo ella un espacio versátil a cubierto que facilita usos improvisados y espacios de trabajo compartido, como un taller de carpintería, un espacio de reparación de bicicletas o un dormitorio de verano. Este espacio bajo la vivienda recoge a su vez las aguas de cubierta, que son almacenadas en un depósito que hace las veces de pequeño estanque, y desde donde se riega la huerta de la última terraza exterior de la parcela.